Este newsletter puede no haber llegado en su totalidad a tu bandeja de entrada, por ser demasiado pesado. Si este es el caso, podés leerlo en todo su esplendor en nuestra página.
Busco las temáticas de estos newsletters mensuales en la fraternidad. Me entiendo, ante todo, una más del montón. Me pasa lo mismo que le pasa al resto. Este es el primer paso para poder conectar con un otro: entenderse iguales, aunque seamos distintos. Y este es el primer paso para escribir algo que vale la pena: entender que lo importante es poder conectar, no sacar suspiros ni sorpresas. A veces me escriben respuestas que dicen “gracias por poner en palabras lo que me pasa”. Digo que a veces me escriben esto porque a veces me escriben, pero casi siempre que lo hacen es para decirme esto. Gracias a ustedes, entonces, por llegar a la página entendiendo que yo soy igual a quien me lee. Solo puedo llegar a quien me quiere recibir, y solo puedo entender qué nos está pasando cuando ustedes me permiten verlos. Gracias por dejarse ver, yo les voy a seguir regalando las historias.
Elegí hablarles de vergüenza porque todos la tenemos. Elegí hablarles de nostalgia porque el pasado nos encuentra juntos. Elegí hablarles de descanso porque todos estamos agotados. Elegí hablarles de la belleza porque todos la necesitamos. Hoy elijo hablarles de duelos, porque todos estamos todo el tiempo transitando alguno.
Este newsletter no me encuentra sola. Octubre es mi descanso de las redes y mi regreso a la escritura diaria. Temo no tener tanto para decirles en extensión sobre este tema, porque voy a estar dedicándome a la escritura en otros lugares, entonces traje a dos alumnas del taller de Terapia Creativa que están trabajando en un proyecto sobre esta temática y escriben de una forma muy hermosa. Pueden encontrar a Magui en Instagram como @magaymillennial —ella va a estar coordinando en estos días un taller sobre Escritura y Conciencia de Finitud— y a Luján en comer.viajar.hablar, su espacio de reflexión que encara a través de podcasts y newsletters.
Las preguntas de este mes que pueden contestar anónimamente se encuentran en este Padlet. Espero que lo disfruten.
Durante octubre me encuentro fuera de Instagram, y los posteos semanales promocionando extractos de este espacio no van a traer nuevos lectores a este lugar. Tampoco podré hacerle publicidad a los talleres. Me toca hacer la prueba de no publicar nada en ninguna de mis cuentas y confiar en el boca a boca y en los medios de difusión que uso por fuera de las redes. Vengo a pedirles un favor y traerles un regalo. Si algo de lo que leen acá durante octubre les llama la atención, ¿pueden compartirlo con alguien que resuene? Si sus cuentas son de esas que llegan a personas como vos y yo, ¿pueden compartirlo también con sus seguidores? No creo que yo pueda vencer jamás al algoritmo, y eso me hace sentirme incluso más cómoda yéndome de Instagram por un mes, pero creo mucho en el marketing arcaico: compartir con tu gente lo que te hace bien. Si esto les hace bien, y sienten que quieren pasar el dato, lo agradecería mucho.
El regalo prometido es que a partir de ahora y durante todo octubre van a poder acceder a la suscripción anual con un 25% de descuento en
y si por esas casualidades de la vida tienen un grupo de 4 o más personas que quiere suscribirse al mismo tiempo, pueden acceder a un 50% de la membresía anual en
Durante todo octubre voy a estar escribiendo un diario de octubre como hice el año pasado. Pueden suscribirse si tienen ganas de transitar este mes conmigo. Si quieren participar de los espacios de Todo Nuestro, pueden escribirme un mail a todonuestro.todosuyo@gmail.com y voy a contestarles con mucha prontitud.
Además, si quieren sumarse al taller presencial que vamos a dar en el Palacio San Miguel (CABA) el 10/11 a las 19hs, pueden comprar sus tickets acá.
Mi abuela Martha, de la que hablé en la edición anterior, cumplía años el 24 de septiembre. Cuando se fue de este plano heredé sus tapados de invierno, pero a su duelo lo llevo todo el año. Lo llevo todo el tiempo, pero nunca lo llevo con pena. Es extraño como de todos mis muertos siempre elijo hablar de ella. Me resulta más fácil escribirle, quizás porque no pude hacerlo cuando todavía estaba conmigo. Quizás es porque mi ciudad supo ser su sueño, y vivir mi vida me hace sentir cerca de la vida que ella disfrutaba en cada una de sus visitas a Londres. O quizás es que el dolor y el ritmo del duelo puede compartirse de persona a persona pero el lugar del recuerdo se adapta a los lugares donde existió la vida. A mi abuelo Quique lo encuentro en las caminatas con frío, a mi abuelo Rodolfo en cada abrazo que doy, a mi abuela Clara en las plantas que aprendí a cuidar. Mi abuela me supo recibir cada viernes de mi vida por muchísimos años. A veces me cocinaba y a veces me llevaba a McDonald’s, pero no fue la comida lo que nos hizo sentirnos cerca. Tampoco lo fueron los videojuegos a los que me llevaba o las noches mirando televisión juntas. Mi abuela existe en las palabras. Fue la primera en comprarme un libro de Harry Potter, la que me regaló la colección completa de Agatha Christie y me prestó sus copias viejas de Ellery Queen. Sabía la importancia de expresar el amor en magnitudes. Ella me enseñó la expresión “con frenesí” y me la repitió después de un “te quiero” cada vez que me despedía. Sabía deformar el idioma para hacerse inmortal en el otro. Me decía Juanítica y me deseaba soñar con los angelíticos. Puedo escuchar su voz con claridad en estas frases. Mi abuela Martha sabía leer como leen los buenos lectores así que tiene sentido que sea sobre ella que escribo tanto.
El duelo de mi abuela llegó en otoño pero existe ahora en todas las estaciones. Lo viví muchas veces. Lo vivo todo el tiempo y no resiento de esto. Marvel dijo que what is grief if not love persevering y no creo que haya nada que yo pueda decir que sea más significativo que esto. Extrañarla es demostrarle que todavía la quiero. Es mi recordatorio de que el amor no se muere cuando falta la presencia.
No pensaba escribir sobre mis duelos hacia personas en esta edición, pero el día del cumpleaños de Martha, cuando ya tenía pensada esta temática, la aplicación CoStar me mandó esa notificación que pueden ver arriba, y pensé que era una señal. Las señales son señales para el que quiere que lo sean. No tengo curas para los duelos, y si las tuviera quizás no elegiría tomarlas. Lo único que queda cuando se perdió la vida es la decisión de elegir entre el recuerdo y el olvido. El recuerdo a veces duele pero a veces es hermoso. La última etapa del duelo sigue siendo parte del duelo. El duelo no se pierde nunca, nunca se deja de extrañar el amor que no podemos abrazar. Pasé por todas las etapas y llegué a la aceptación. Acepto, ahora y para siempre, una vida sin Martha. No acepto una vida sin su recuerdo. Y a ella la recuerdo en las palabras.
Ojalá pueda seguir escribiendo sobre Martha toda mi vida.
Negación. Ira. Negociación. Depresión. Aceptación. Me pregunto cuánto más fácil habría sido transitar los duelos de mi vida si me hubiese permitido entender que estaba en etapas ya delimitadas. Me corresponde no querer ver la realidad, ahora estar enojada, ahora creer que hay algo que puedo cambiar para mejorar las circunstancias, ahora estar angustiada, ahora resignarme a que las cosas son así. He cargado siempre con la falsa concepción de que mi vida tendría que ser vivida de otra manera. Esto aplica también a mis sentimientos. Son incontables las veces que me cuestioné si realmente correspondía tener los sentimientos que parecía estar teniendo. ¿Tengo derecho a ignorar los hechos? ¿Tengo derecho a estar enojada? ¿Tengo derecho a querer llegar a un acuerdo? ¿Tengo derecho a estar triste? La aceptación es la última de las etapas del duelo porque cuando llegamos realmente a ella no podemos pasar de vuelta a las demás. Es como un crimen que prescribe. No se puede negar lo que ya se vio, ni enojarse con lo que ya se entendió, ni llegar a acuerdos con aquel que no quiere dialogar, ni angustiarse por lo que deja de sentirse propio. Sin embargo, existen duelos cíclicos. Se abren y se cierran y se vuelven a abrir desde otra perspectiva antes de volver a cerrarse y abrirse y así en círculos. Podemos duelar la pérdida de un trabajo de mil maneras. Podemos duelar primero la pérdida de una pareja, después de la relación, después del futuro juntos.
Escribir esto me cuesta mucho porque estoy viviendo un duelo fuerte. Es uno propio, uno de identidad. Se parece al que viví a los veintitrés años, solo que esta vez entiendo que estoy transitando etapas entonces no me desespero. En 2016 escribí un texto llamado Claveles que dice lo siguiente:
Mis formas, lo que creía saber, mi fe, mi esperanza, algunos amigos, mi concepción del mundo, mi capacidad de asombro, mi fortaleza, mis ganas de enamorarme, mi inteligencia, mi paciencia. Ya nada está ahí. Veo sus tumbas y sigo esperando a que se despierten, pero están fríos y vacíos de lo que los llenaba, de esa versión de mí que los inundaba de vida. Ya ni siquiera sé quién soy, entonces no sé por qué la gente me elige. Me alcanza con que me elijan. Me sobra, me queda enorme, no lo merezco pero lo acepto porque es lo mínimo que puedo hacer por ellos, dejarlos quedarse. Mientras tanto yo duermo siestas y ruego que esos cajones se cierren de una vez para dejar de dolerme y dar paso a algo nuevo, algo vivo. Y rezo para que no muera otra parte de mí en manos de una situación desafortunada. Y espero. Y trato. Aunque no se note, aunque no alcance. Hasta estar parada, hasta que mis rodillas estén sanas, hasta sentirme liviana, hasta poder ser yo la que sostiene a los que se caen.
Agradezco que este duelo de los 29 no sea el mismo que el de los 23. Agradezco saber que estoy viviendo un duelo necesario y más agradezco estar despidiéndome de cosas que estoy dispuesta a abandonar. Sé que cada decisión que tomo me aleja más y más de la persona que fui en los últimos años. En una charla reciente con un amigo llegamos a la conclusión de que soy muy fantasiosa porque tengo mucho miedo. Necesité creer en la magia porque también creía en la inminencia de lo terrible. En 2016 caí sin escalas en la desolación. Solo mediante grandes ilusiones pude salir de ese pozo. Hoy entiendo la realidad del mundo desde un lado más honesto. Lo terrible existe y no puedo desterrarlo, ni siquiera con fantasías.
Lo que quiero decir con todo esto es, en resumidas cuentas, que estoy dispuesta a volver al mundo real. Entiendo y celebro haberlo ignorado por tanto tiempo porque no tenía las herramientas para transitarlo sabiendo todo el sufrimiento que hay dando vueltas. Me refugié en fantasías necesarias para seguir con mi día a día. Superé crisis laborales soñando con dar discursos de aceptación de premios algún día, sané una y otra vez mi corazón destrozado creyendo que quizás me tocaba enamorarme de uno de esos hombres que aparecen en las novelas. Fantasías necesarias. No creo necesitarlas más. Creo estar capacitada para aceptar el mundo con todas sus falencias sin buscar aquello que aspira a la perfección. Quiero tener un trabajo que a veces me haga irme a dormir llorando pero la mayoría del tiempo me haga sentirme a gusto con mi día a día, me permita conectar con otros, me ayude a brillar adentro sin tener que ocupar podios que me incomodan. Quiero una historia de amor simple que no conmueva a nadie pero me conmueva a mí, al lado de un hombre que haga muchas cosas mal pero intente todos los días hacerme bien.
No sé si me va a gustar la vida del otro lado de este duelo. Sé que a veces extraño la profundidad de pasiones que experimentaba en mi adolescencia, lo fantástico que parecía lo fantástico y lo terrible que se me hacía lo terrible. Sé que voy a extrañar también esta persona que fui desde que el mundo se me rompió a los 23 años. Sé que me cuesta el duelo porque hay muchas cosas hermosas de vivir en la fantasía y no estoy del todo lista para abandonarla, pero creo que es hora.
Cuando se termine este duelo, los encontraré del otro lado. Los encuentro en el mundo.
El duelo como lenguaje, una charla con Magui
Juani: La palabra duelo suele asociarse con la muerte, pero no es la única instancia que nos enfrenta al proceso de duelar. ¿Qué duelos de otros tipos has vivido? ¿En qué se diferenciaron de otros más “tradicionales” (o sea, esos que viviste al perder a una persona)?
Magui: Decía Duelo y pensaba en muerte. Digo Duelo y pienso en Vida/Nacimiento.
Aprendí que la muerte no es solo el fin de vida de una persona. Particularmente a partir del fallecimiento de mi papá, resignifiqué todo porque cuando se va una de las personas que, nada mas y nada menos conciben tu vida y te crían, las estructuras se te caen TODAS. Se rompió cada sentido que tenía, cada patrón que cargaba, cada respuesta que esperaba. Fue la primera vez que sentí que tuve que empezar de cero porque su voz, literal y metafóricamente, ya no está más.
Si tengo que hablar de otro tipo de duelos, en realidad lo primero que se se me viene a la cabeza es que son todos iguales en forma, pero no en contenido: por una persona o una cosa, se pasa por lo mismo en mayor o menor dimensión. Hay perdida y hay aprendizaje de la impermanencia de las cosas y de nosotros mismos, mejor dicho.
Murieron ciclos, esquemas, estudios, rutinas, vínculos, ropas, gustos, hábitos, consumos en mí. Murieron yoes.
Pasé a otro nivel en mi vida el día que comencé a vivir esas muertes mías como procesos de renacimiento, como oportunidades vivas, como catadora explicita y consciente de lo esencial de los seres humanos.
Es que los anteojos de duelar te lleva a ver las luces y las sombras de todos los colores posibles en una persona. El inicio del duelo se da cuando nos damos cuenta que *redoblantes* es-ta-mos-en-due-lo. Es decir, todo se siente mas amoroso cuando nos reconocemos en ese proceso en contraposición a la resistencia de no querer sentir malestares y evadir, evitar y auto-ocultarse estar mal. Lo que pasa es que no nos enseñan sobre ésto, solo nos hacen asociar muertedealguien-duelo.
Un duelo comienza desde mucho antes de saberse en duelo. Un duelo no tiene fin, tomamos consciencia de él en una parte del proceso y ya convive en nosotros por siempre.
J: Personalmente he encontrado mucha calma entendiendo en cuál de las cinco etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión, aceptación) estoy cuando proceso un duelo. ¿Considerás que viviste tus duelos siguiendo esas etapas? ¿Te sirvió de algo entender este proceso de esta forma?
M: Creo que está bueno pensar en etapas en este tipo de cuestiones porque encajan en la racionalización de algo plenamente sentimental y emocional. Es un salvavidas para la mente ante tanta incertidumbre, ante el futuro, ante algo que no podemos explicar, ante algo descontrolado. Entonces hay una especie de consuelo.
Nunca me guié por los procesos de un duelo, primero porque no los conocía perfectamente, y segundo porque comencé a sumergirme en ellos cuando falleció mi papá, no cuando murieron cuestiones impalpables de la vida, no cuando murieron otras yo. En esos duelos invisibles, me encontré transitándolos como vengan. Recién en la muerte de él, me puse a leer sobre procesos, etapas y estadios. Ahí me cayó la ficha de poder encajar a los otros duelos, también, en etapas. A los que nos pasan casi todos los días al momento de tomar decisiones de vida.
Leí libros, le pregunté a mi psicólogo, escuché podcasts. Y sí, es más liviano someter a la lógica el momento en que ya le sentimos gusto amargo a algo o alguien o a mí misma, por sobre transitarlos desde el sentir.
Cada duelo se trabaja a su forma y a su tiempo y de manera asertiva. Es decir, una manera de ser CLARA, EXPRESIVA en tanto se pueda y CONGRUENTE con mi entorno. No quedarme con nada adentro, si no comunicar que incluso me reconozco en tal etapa, que tengo ganas de eso y aquello. No me justifico, simplemente aprendí a comunicarme cuando estoy en una.
“Un duelo es una perdida que desafía, es un pedazo que se va, es una decisión que tomamos, una elección que hacemos, una ropa que tiramos, una no identificación. (…) El duelo es tener presente la finitud de las cosas.”
J: Se sabe que nadie puede calmar un dolor propio solo con palabras pero ¿qué fue lo mejor que te dijeron mientras transitabas un duelo?
M: En realidad, desde las palabras lo mejor fue la ausencia de las mismas. No me he sentido ¿reconfortada? o contenida por medio de alguna frase en particular, es más recuerdo las que no ayudaron… aunque si lo pienso bien, ese silencio fue seguido por un liviano “esto es la vida” de parte de alguien que ya vivió algo similar. Cuando la voz tiene alguna autoridad para mí, es decir, alguien que vivió por lo que he pasado o estoy pasando, observo y escucho.
Y sí, la vida es cíclica y yo no sabía que también lo soy.
Podría decir que ahora sí vivo más desapegada de las cosas por mas frágil y ¿fácil? que suene.
J: Creo que uno de mis mayores duelos se dio cuando entendí que no iba a tener la vida que siempre había soñado o imaginado sino una completamente nueva, desconocida e incontrolable. ¿Te pasó lo mismo? ¿De qué manera supiste llegar a la aceptación a la hora de enterrar tus expectativas?
M: Soy más feliz a partir de la aceptación de ese desapego vivo, ese que me lleva a encarnar y encuerpar la vida mas simple, viviéndola todos los días con la sensación de que mañana puedo no estar. Comencé a gestionar las emociones a mi favor. Y no se trata de evadirlas, se trata de no dejarme de lado y aprender a convivir con cada una de ellas. La muerte está cada minuto y eso es una de las aristas con la que miro mi vida. Sin ella, ¿cómo me podría sentir viva? Es un hermoso match. No es una sin la otra.
J: ¿Algo que quisieras agregar?
M: Un duelo es una perdida que desafía, es un pedazo que se va, es una decisión que tomamos, una elección que hacemos, una ropa que tiramos, una no identificación. La flexibilidad de disociar eso con algo oscuro y triste (como nos criaron culturalmente), reconforta y es abundante. Hace que vivamos cada día un poco mejor. La flexibilidad es una caricia.
No hay tiempos cronológicos. Justamente creo que es uno de los principales desapegos cuando nos sabemos en y dentro de un proceso, que será reiterativo, de perdida y de disociación de estructuras que aquello perdido nos constituía.
El duelo es un lenguaje.
El duelo es tener presente la finitud de las cosas.
Una vida, muchas vidas, por LujánMV
En 2017 mamá me acompañó a hacerme un tatuaje especial. Hacía tiempo que tenía ganas de llevar en la piel su frase: “En una vida hay muchas vidas”. Era imposible imaginar entonces que en 2022 estas palabras tenderían un puente para que mi mamá me siguiera hablando desde otro plano, ahora que no está más físicamente conmigo. Pero mejor recorrer la historia en orden cronológico para entenderla mejor.
Al momento de recibir los pinchazos de la tatuadora, el duelo que estaba cerrando era el más fuerte que había sentido hasta la fecha. Llevábamos un año de novios con S cuando en 2012 se me ocurrió irme a probar suerte a CABA. Lo conversamos y él quiso unirse a mi plan; a mí me pareció una buena idea su compañía y fuimos felices unos tres años, lejos de mi Mar del Plata natal. Cuando todo se desmoronó y finalmente hice carne la separación, algo adentro mío necesitó volver al refugio de mis seres queridos en mi ciudad. Más allá de todo lo que había construido en la Ciudad de la Furia, semejante sacudón me había dejado en la nada emocional y necesitaba de mi red de contención más fuerte. Hoy lo veo claro: lo más doloroso de la ruptura fue que sentí que le había cedido todo mi proyecto en CABA a alguien a quien ni le había interesado esa vida antes de conocerme. No es la primera ni la única vez que imprimo involuntariamente mi personalidad en una pareja. Algunos lo disfrutan y dan cuenta del pedacito de una que se llevan para siempre; otros, se lo adueñan sin mirar atrás con una crueldad hasta entonces jamás revelada, en sintonía con ese refrán que indica que a la pareja se la conoce recién en la ruptura. Más allá de que, efectivamente, recién pude ver su verdadero rostro al separarnos, a la que conocí profundamente en ese duelo FUE A MÍ MISMA. Hasta entonces jamás había enfrentado un dolor que sacudiera mi psiquis hasta dejarla vacía. Fue muy duro abrir los ojos a la realidad y rearmar mi vida de cero. Recuerdo a mi mejor amiga que me cobijó en su casa la noche que regresé a Mardel en TonyTour, previo Alplax recetado para dormir todo el viaje. Cuando finalmente arribé a la ciudad, no estaba en condiciones de enfrentarme a “regresar a la casa de mi mamá”, con todo lo que conlleva esta frase entrecomillada adrede. Me resultaba demasiado doloroso. Al mismo tiempo, entendía la preocupación de mi vieja por el alarmante estado de desborde emocional que me sobrecogía. Entonces mi amiga O. me levantó de la terminal de ómnibus y me llevó primero a la casa de mamá. Quería que se quedase tranquila de que me encontraba sana y salva, entera, supongo. Subí los diez pisos hasta su departamento y la encontré esperándome con la puerta abierta. Con los brazos extendidos corrió hacia mí y me engulló completa. Recuerdo la vergüenza que sentí de refregarle los mocos contra su camisón reluciente. Ya era de madrugada y se había levantado solo para saludarme. Separó brevemente mi rostro de su hombro y me miró a los ojos: “Hija, vas a estar bien. En una vida hay muchas vidas. Vas a volver a sentir, a sonreír”. Algo en su mirada me dio esperanza, quizá la amargura de la experiencia mezclada con el brillo genuino de la compasión. Nuestra relación constituía la prueba de que el dolor más grande puede originar algo hermoso, como que yo sea su hija y ella mi mamá. Le di unos cuantos besos y me fui a lo de mi amiga a empezar el lento proceso de rearmar mi vida.
Me llevó un par de días volver a lo de mamá. A las dos semanas pude desmaquillarme cada noche sin que unas antiestéticas lágrimas negras hicieran el trabajo por mí. Tardé dos meses hasta conocer a alguien a quien dedicarle mis pensamientos. En seis meses logré mudarme a un departamento soñado donde fui muy feliz cuando me acomodé a la vida de soltera. Al año ya comprendía el lujo de acostarme sola a las seis de la tarde un martes, con una bandeja de sushi y un cocktail a disfrutar de un recital de K-pop (guilty pleasures, anyone?). Cuando volví a estar de pie entendí la frase de mamá y quise llevarla conmigo. Puedo transitar este dolor sabiendo que del otro lado me espera otra nueva página en blanco, con otra vida nueva lista para estrenar. Puedo comenzar de cero todas las veces que desee. Allí reside la magia.
Durante algunos años ese fue el estándar del peor duelo de mi vida. Pero solo hacía falta seguir viviendo para que llegase La Muerte, así con mayúsculas, y echase por tierra todo lo que creía saber de dolor. Y no quiero ser injusta: sí, me ayudaron mucho las herramientas que acumulé en otros duelos, otras pérdidas. Pero esta vez se sintió como enfrentar a Goliat con una cucharita de helado. Es mejor que nada y al menos te da esa seguridad de poder aferrarte a algo, como quien garabatea con birome un cuaderno mientras tiene una conversación importante por teléfono. Creo que lo más sensato es reflexionar todo lo que crecí a partir de otros dolores y rogar que la lección de mi duelo actual sea proporcional a la pena que arrastro, cuya magnitud no se reduce con el tiempo. En realidad, soy yo que crezco alrededor del dolor porque no me queda otra. Porque si no, el gris de extrañarla lo arrolla todo y la opción más tentadora es dejar de desear.
En la ruptura que les compartí atravesé etapas más definidas y similares a lo que nos explican que es normal transitar. Pero el duelo que me ocupa actualmente ha sido una montaña rusa imprevisible desde el diagnóstico de mi madre hasta la fecha, a dos años de su partida. Lo positivo es que siento que finalmente estoy en el principio de la aceptación. A veces incluso pienso que no me doy el suficiente crédito y he avanzado más de lo que creo. En mi experiencia, duelar por enfermedad dibujó nuevas etapas adicionales. Cambió totalmente mi compresión del tiempo y mi conexión con el adentro. No tener ganas del mundo, ni hambre de amor o placeres, ni entender cuándo se terminará este vacío son solo algunas de las batallas que debí enfrentar como fueron apareciendo. A veces en orden y otras veces no; a veces, de la nada cuando te toma de sorpresa y sentís que volviste de golpe al casillero uno. Sin embargo, no constituye realmente un retroceso. Se trata un regreso necesario para revisar y escucharse, para prestar atención a aquello que quizá aún necesita un poco más de tiempo, de paciencia, de sedimento, de maceración. En mi experiencia, nos cuesta darnos todo el espacio que a gritos pedimos. Y cuando finalmente lo hacemos aparece la culpa que nos apura internamente y nos hace creer que a esta altura ya deberíamos poder, ya deberíamos haber.
No sé cómo se atraviesa un duelo sin el apoyo de los que nos quieren. Los que acompañaron durante la enfermedad de mamá, que fue muy corta y muy cruel, sostuvieron sin mediar demasiadas palabras porque comprendían que cualquier enunciado no hacía justicia. Ningún comentario podía dar cuenta de lo que sentíamos. Sin embargo, el sostén que me brindaron provino del hacer, de todas las maneras que mis seres queridos acompañaron desde la acción incluso en el caos del principio de la pandemia. Amigues que durmieron en el garage por romper el aislamiento para venir a darme un abrazo. Amigues que mandaron comida a la noche cuando sabían que eso me haría sonreír, aunque fuese brevemente, o que trajeron un café para que salgamos a dar una vuelta. Familiares que viajaron en pleno bloqueo de circulación y sortearon todos los retenes para acompañar donde sea, como sea. La acción cuando el otro no puede pedir porque apenas tiene energía para existir. El instinto de entender cuándo el otro necesita apoyo aunque no lo verbalice. Humanidad en carne viva y en su máxima expresión.
No siento que en ese entonces evitara hablar de mi duelo, de mamá, de lo que estábamos viviendo. Ocurre que sencillamente era imposible hacerlo porque estábamos totalmente dedicados a procesar el diagnóstico que se la llevaría en cuatro meses. No hubo palabras en ese momento para nombrar lo inabordable, ni espacio mental para el alivio. Yo ya no era yo; era una hija cuidando una madre que se estaba muriendo de cáncer. ¿Qué palabras podrían subsanarlo? Algo en la brutalidad de decirlo así, sin rodeos, nos pone incómodos, como si lo que duele fuese menos cierto al describirlo con eufemismos. De verdad, me ponía en el lugar de mis amigas y pensaba que yo tampoco sabría qué decirme. El humor fue de los pocos refugios que pude encontrar y algunos amigos lo entendieron y me acompañaron así. “Te mando estos memes, no hace falta que me respondas. Te quiero”. “¿Cómo estás hoy en una escala de para el reverendísimo ogt hasta como la yuta que te parió?”. El dolor otorga impunidad. ¿O acaso alguien se detendría a cuestionar porque una duelante putea? Demasiado tiene con su dolor. Cuando fue el velorio de mamá y por fin, después de tantos meses de aislamiento, nos encontramos y abrazamos todos, yo me reía con una carcajadita tímida pero audible. Mamá ya no sufría, el calvario había terminado (si bien en otro sentido, recién empezaba) y de vuelta me hallaba en brazos de mis seres queridos. Nos reunimos todos de nuevo un 3 de septiembre de 2020. Debimos permanecer afuera de la cochería porque no dejaban pasar más de unos pocos a la vez, pero eso solo resaltó nuestra muchedumbre en la calle y me hizo sentir en comunidad.
Cuando pasaron los meses, el duelo se instaló más como un compañero silencioso que cambió el brillo de mi vida, otorgándole un tono sombrío y gris. Completamos el papelerío correspondiente, llevamos sus cenizas al mar, llegó mi primer cumpleaños, pasó su primer cumpleaños que no celebramos. Marcamos el primer aniversario, hicimos algo conmemorativo. El tiempo siguió pasando. Mientras tanto, a mi alrededor, todos son conscientes del tornado que arrasó con mi estabilidad emocional. No saben si estoy lista para escuchar Su Nombre, para que me recuerden una anécdota, para que me compartan que la soñaron. Pero yo siempre estuve lista. Agradezco a todas y cada una de las personas que me hablan de mamá y me preguntan por ella; que la mantienen viva haciendo sus ñoquis o tejiendo con sus lanas, agujas y revistas. Valoro inmensamente que me la nombren, que me digan que la recordaron, que me manden fotos de ella. El acto de amor más grande hoy día es darme el espacio para hablar de mamá, sabiendo que aparejadas vendrán lágrimas, emoción y recuerdos. Es bancar la mirada cuando se me quiebra la voz y decirme: “qué capa tu vieja”, y quizá llorar un poquito conmigo. Es preguntarme por ella, tomar mi mano para acompañarme a visitar su recuerdo sintiéndome segura. Es hacer a un lado la propia incomodidad como un acto de amor hacia mí y mi proceso. Soy muy afortunada de tener amigues que entendieron esta dinámica sin que se los pidiera. Sin elles probablemente me habría dedicado a un plan similar al de la protagonista de Mi año de descanso y relajación. Mis seres queridos me salvaron y me salvan. Espacios como el taller de Terapia Creativa me salvan porque me habilitan a traerla al presente.
Por eso, gracias a vos por sostener la lectura. Creo fervientemente que hablar de los duelos ayuda a deshacernos del estigma, de la soledad que se siente cuando todo nuestro mundo como lo conocemos se desmorona. Gracias a Magui por invitarme con tanta dulzura a recorrer el difícil camino de abordar nuestras peores pérdidas y, principalmente, por hacerme sentir a salvo y acompañada en todo el proceso. Y, por último, gracias a Juani por llegar a mi vida e iluminar el camino con su creatividad e inspiración constantes como mi propio Virgilio personal, pero con zapatitos metalizados y un pelazo.
“En una vida vida hay muchas vidas”.
Esa era la frase de mi mamá y ahora es tuya.
Te va a estar esperando cuando más la necesites.
Para que consideren su forma de ver los duelos:
Algo para leer: este año leí Tomorrow, and Tomorrow, and Tomorrow, un libro hermoso de Gabrielle Zevin que trata sobre duelar los sueños de la infancia, los seres queridos, las personas que fuimos, el amor que tuvimos, las realidades que perdimos. Lloré como pocas veces lo hice leyendo, y me divertí muchísimo también. Cuando cerré sus tapas, tuve que hacer el duelo por estos personajes que iba a extrañar.
Algo para ver: Frances Ha, una película sobre una bailarina que intenta duelar el hecho de que su amistad más sólida está cambiando de forma y su carrera no está saliendo como esperaba.
Algo para escuchar: este episodio de How To Fail con Chimamanda Ngozi Adichie en el cual habla de su libro Notes on Grief.
Algo para escuchar pt2: el episodio de la temporada Escorpio de La Bitácora de tu Viaje Astrológico.
Algo para escuchar pt3: el episodio de comer.viajar.hablar llamado Dejar que el dolor me atraviese en el cual Luján la invitó a Magui para que ambas charlaran sobre sus duelos tras perder figuras importantes de sus vidas.
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en noviembre vamos a permitirnos atravesar nuestros duelos escribiendo. En Patreon vamos a leer El gran pez y también vamos a juntarnos a ver esta película en nuestro club de cine, vamos a tener consignas semanales inspiradas en la temática de este newsletter y van a recibir instrucciones para hacer un ritual de despedida a las cosas que vienen duelando últimamente, a cargo de Mica Lambardi. Si quieren sumarse, pueden leer más info y hacerlo en cualquier momento (sí, ya no hay que esperar al primer día del mes!) por acá.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas, debates abiertos sobre la temática mensual y la oportunidad de participar de nuestro mundialito regional para poner lo aprendido en práctica. Si es tu primera vez participando del taller, tenés un 30% de descuento y si venís con un amigo tenés un 2x1. Encontrás más info acá y te sumás al espacio contestando este mail.
Funeral Blues by W.H. Auden
Stop all the clocks, cut off the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.
Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message 'He is Dead'.
Put crepe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.
He was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last forever: I was wrong.
The stars are not wanted now; put out every one,
Pack up the moon and dismantle the sun,
Pour away the ocean and sweep up the wood;
For nothing now can ever come to any good.
Se termina octubre y llega el ocaso del año. Mientras vuelo hacia tierras más cálidas, me preparo para despedirme de los meses más felices que tuve alguna vez. Valen, mi amiga astróloga, dice que no se guía por el calendario gregoriano. Me dio esperanza. En realidad, mi año feliz empezó en la temporada Aries, la primera del calendario astrológico. Quizás, entonces, me queden unos meses más de esta especie de suerte que parece no agotarse. O quizás no tenga que despedirme de ella cuando se reinicie el calendario. La edición de noviembre de este espacio será sobre balances, porque es mi cumpleaños y me sale vivirlo de esta manera, pero creo que después quiero hablarles de la suerte. Me gustaría encontrar la manera de convencerme de su expansión. Así, quizás, pueda vivir lo que queda de este año como un comienzo de lo que llegó para quedarse y no como el duelo de lo que alguna vez voy a perder.
Hace poco Sari Sammartino, una de las piezas más fundamentales de este espacio, escribió en su newsletter que “hay mucho de amor en la muerte y hay un montón de muerte en el amor”. El video que cité acá arriba, el libro que vamos a leer en noviembre, las palabras de Magui y Luján, todo lo que se ve atravesado por la pérdida existe porque alguna vez existió el cariño. Pienso en la maravilla que es la experiencia humana. Pienso en lo conmovedor que me resulta haber tenido recién un intercambio con el barista del café en el que escribo todos los días en el cual él adivinó qué quería pedir porque es lo que pido siempre. Pienso que el amor es la certeza de la presencia propia. A veces nos cuesta reconocer que existimos en el mismo mundo que las demás personas. Sobre todo en tiempos en los cuales los sentimientos son tan polarizados, cuesta creer que habitamos el mismo lugar de sufrimiento que otra gente feliz o el mismo lugar feliz de otra gente que sufre. Me pregunto todos los días si mi lunes es el mismo lunes del que anda en un Rolls Royce o aquel que entra al café donde escribo para pedir monedas. Me pregunto todos los domingos si mi mañana de leer en un bar es la misma que la de la mamá de 29 que tiene que ir al parque a entretener a sus hijos o de la chica de 29 que llega a su casa con el maquillaje corrido porque no durmió en toda la noche. A veces pienso que el mundo que me toca es solo mío y de unos pocos que me rodean, y que el resto del universo vive en otras burbujas separadas que en nada se parecen a las mías. Y después entro al mismo café de siempre y me acerco al mostrador y el chico de siempre me pregunta con una sonrisa si quiero un caramel latte como siempre y pienso que hay un cierto afecto en este encuentro. Hay una certeza de nuestras presencias. Y cuando me vaya por cinco semanas a mi país y haga falta en estas mesas, habrá un duelo de ambos lados.
Les dije que escribo para que podamos encontrarnos y pienso que en realidad este newsletter, como concepto abarcativo de todo lo que escribo y no de esta edición particular, habla del amor. No hay duelos donde no hubo amor, y me atrevo a decir que muchos sabemos entender el amor solo cuando nos animamos a entender el impacto de su ausencia. Hace meses que pienso en Adam en Girls diciéndole a Hannah “if you died the world would blur. I wouldn't know what a tree was”. Es a veces en estas suposiciones que nos permitimos encontrar el alcance de nuestro cariño. No existen las distancias solares o lunares para graficar el afecto. Entonces hablamos sobre lo que era nuestra vida antes de conocer al otro, o imaginamos lo que hubiese sido de no haberse dado nunca el encuentro, o incluso nos animamos a asegurar cómo vamos a (no) seguir existiendo si se termina la existencia compartida. Hacemos promesas que esperamos nunca tener que cumplir y rezamos por un mundo que nos vea partir antes que cualquier persona que hayamos querido alguna vez.
En un mundo donde lo único seguro es la muerte, no creo que haya acto de mayor valentía que permitirse buscar y encontrar el amor, sabiendo que nunca vamos a poder escapar de un posible fin. Hay personas que llegan a este espacio unos meses, o quizás solo semanas, leen algo que puse y eligen irse. No sabré de ellas porque nunca hicieron ruido en el silencio, pero sí sé de las que quisieron estas palabras lo suficiente como para confirmar, con las suyas, mi existencia en el mundo. Hay mucha valentía en conectar con lo que escribe una extraña y hay una valentía aún más grande en hacérselo saber. Algunas de estas personas incluso se han convertido en alumnas, amigas, compañeras. Me consta que a todos nos sobran miedos, pero me alegra saber que también nos sobra el coraje de intentar saltearlos cada tanto, cuando creemos que puede valer la pena, y nos animamos a amar lo que se nos presenta. Sin ir más lejos, Luján me dijo hace poquito que no puede creer haber llegado al taller hace tan solo unos pocos meses. Le digo que opino lo mismo. Parece que siempre estuvo ahí. Y si algún día no está, habrá un duelo. Animarse a entrar no es fácil. Agradezco todo el tiempo cruzarme con personas que, como yo, le pelean a la liviandad de no existir, amando lo que alguna vez vamos a perder.
Algún día este newsletter dejará de existir. Quizás se caerán los servidores de todo el mundo, colapse internet, o quizás simplemente algún día deje de poder o querer escribirlos. Quizás ustedes elijan dejar de leerme, cuando lo que tengo para decir deje de ser un punto de encuentro. Si me voy antes que ustedes, y sobre todo si lo hago sin aviso que no es probable pero si posible, quiero dejar por sentado que para mí no hay milagro de amor más grande que este lugar, nuestra conversación, su presencia constante, la mano que les ofrecí hace ya más de dos años y la valentía con la que decidieron tomármela.
Hasta noviembre,
Juani
Gracias por leerme haciendo esto que nunca deja de darme vergüenza. A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
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